martes, 22 de octubre de 2013

Rompecorazones

Se despidieron en su portal como hacían todas las noches de viernes. Él siempre le acompañaba a su casa para que no volviera sola y asegurarse así de que llegaba sana y salva.

-Te quiero mucho.-

-Yo más. Mándame un mensaje cuando llegues ¿eh?.- 

Ella depositó un breve beso en sus labios y cerró el portón para subir a su hogar. Él, después de sonreír y suspirar enamorado, se giró y comenzó a andar hacia el metro. Era un barrio tranquilo, pero a esas horas no había que fiarse. La crisis había lanzado a muchas personas a los brazos de la criminalidad y había que andarse con ojo.
Justo cuando encontró la boca del suburbano, se fijó en que esa entrada estaba cerrada  y tenía que buscar otra. Dio media vuelta y se topó con un muchacho de negro que lo observaba. Le sorprendió mucho porque lo miraba fijamente de una manera oscura y penetrante.
En un principio pensó que le iba a robar, pero por el aspecto no lo parecía. El negro absoluto le daba un aire elegante, pero un escalofrío le recorrió la espalda cuando le habló.

-¿Eres feliz?-

La pregunta fue breve y concisa, demasiado filosófica para que la hiciese un desconocido. La voz era grave y melodiosa, pero con un claro deje psicótico.

-¿P-Perdón?.- dijo con un hilo de voz marcado por la ridiculez. El chico sonrió con una de esas sonrisas que hielan el alma y volvió a preguntar.

-¿Eres feliz?.-

Analizó la pregunta para contestar con franqueza: iba a acabar con nota una carrera que le apasionaba, cada día que pasaba estaba más convencido de que la chica con la que estaba era la mujer de su vida y además había cobrado una herencia recientemente que le otorgaba una placentera estabilidad económica, ¿Que si era feliz?

-Sí, mucho.- sentenció.

En un rápido movimiento, el chico de negro desenvainó un cuchillo y se lo clavó en el pecho con tres rápidas puñaladas que le dejaron tirado en el suelo. Agonizante y sangrando, él se quedó mirando al edificio de viviendas donde ella aguardaría un mensaje que nunca llegaría.
El chico de negro se le echó encima y murmuró muy cerca de su oído: "Yo no" al tiempo que volvía a hundir el arma blanca en el pecho rompiendo las costillas y dejando un corazón, fuerte y palpitante, al descubierto.
Sin mediar palabra, lo arrancó del cuerpo y se incorporó para caminar hasta la carretera, donde un coche le aguardaba.

-¿Otro más pichón?.- le dijo una voz femenina con tono de preocupación

-Y los que quedan...- murmuró aplastando el órgano entre los dedos para arrojarlo después por la ventanilla.