sábado, 29 de mayo de 2010

Juicio Final

-Hará un tiempo ya, Envidia descubrió que me acosté con Lujuria, y la muy perra le fué con el cotilleo a Avaricia, que pretendía que fuese suyo para siempre.
El caso esque las bofetadas y los tirones de pelo destaparon lo de mi trío con Soberbia e Ira y la pobre Gula se sintió mal porque nunca me gustó.
En mi defensa diré que solo follé con Pereza para escucharla gritar mi nombre y que en cuanto a la orgía con las Siete Virtudes no tengo nada más que añadir.
Que conste que me pareció excesivo lo de condenar a Poligamia y a Pederastia no, pero que aquí mientras cada uno se sienta bien con su conciencia...-

(El jurado se pone cómodo en sus sillas y realizan un gesto al sujeto para que continuara, se escucha de fondo a cuatro monjas sollozando y santiguándose)

-Acerca de lo sucedido en aquel cementerio, he de decir que Necrofilia nunca fue de mi agrado, un tanto fría y demasiado pétrea a mi parecer.
Creo que soy acusado tambien de alguna que otra profanación de tumbas y un par de extorsiones a ministros, alcaldes y funcionarios del Estado que ni niego, ni concibo ningun sentimiento de culpa
En cuanto a lo de los aquelarres, hace mucho que Noches Eternas, Rondador de la Oscuridad y yo no salimos por ahí de parrandas macabras, y eso de bañarme en sangre de niñas vírgenes se lo dejo a la Funestus, a la cual, por cierto, saludo desde aquí y le agradezco su comprensión acerca de la invasión zombie de su jardín.-

(El sujeto se cruza de piernas y se coloca las manos detrás de la nuca, estirándose)

-Y creo que por mi parte nada más. ¿Algo que añadir honorabilísimo jurado?-

(Uno de los miembros del Tribunal se coloca las gafas y comienza a leer )

-Por aquí tenemos cuatro invocaciones a demonios mayores, un puñado de blasfemias, cinco o seis enfermos de anemia con extrañas marcas en el cuello y un sacerdote en coma. ¿Te responsabilizas de eso?

-Si

-¿Te arrepientes de todo lo anteriormente nombrado?

-Si señor juez muchísimo.

-¿Volverías a repetirlos?

-Si.

(El sujeto estalla en carcajadas)

-Pues antes de que entre el Obispo, quisiera preguntarle que ha echo estos últimos tiempos para pasar desapercibido de la mirada de la justicia.

-Me he dedicado a enrojecer señoritas, señor inquisidor.

-Pues bien por mi parte nada más, que comience el exorcismo...

lunes, 24 de mayo de 2010

The Dark side of the world

Abrí la puerta y te ví sentado en el suelo, intentado reconstruir algo con celofán.
Cada vez que unías tres o cuatro trozos, se desmoronaba entre tus dedos, pero tu persistente no parabas de intentarlo.
Es algo que siempre aprecié, tu manera de hacer las cosas, tu espíritu incansable, tu afán de superación.
Quizá para demostrarte que yo tambien valgo para algo, decidí acercarme.
-¿Qué haces?- murmuré observandote. Tú solo te limitaste a señalar los trocitos rojos que no podías arreglar. Ya casi los tenías todos, faltaba la parte superior izquierda, que estaba a unos centímetros de tu rodilla.
Lo agarraste y con suma delicadeza lo depositaste en su sitio como quien deja a un bebé en su cuna para no lastimarlo. Al momento, estalló en mil pedazos.
Frustrado lo tiraste todo al suelo y te cruzaste de brazos respirando muy fuerte.

-Venga no desesperes, déjame ayudarte.- Juntos comenzamos poco a poco , con mucha paciencia a unir todas las piezas de nuevo.-¿Ves? Ya casi está-

La esquina superior izquierda volvía a ser la última pieza del rompecabezas, pero esta vez se adherió estupendamente y con un sonoro ''boom boom'' comenzó a latir de nuevo.
Sonriendo, lo colocaste en el espacio vació de tu pecho y poco a poco volviste a recuperar la luz en la mirada.

-Debo tener más cuidado la próxima vez, supongo.-
-De próximas veces está llena la vida, lo que deberías hacer es ocultarlo un poco mejor.-
-¿Tú crees?-
-Claro, quizás bajo de un gran océano, entre dos grandes montañas, al terminar abril y comenzar octubre, dentro de la copa del árbol más alto de los bosques del mundo, custodiado por las más feroces bestias del Averno, debajo de tres peniques y un botón, envuelto en una pañoleta roja y azul, escondido en un yin-yan negro y blanco.
Dicho esto me levanté para salir por la puerta por donde había venido y justo al por el marco me di cuenta de que me olvidaba de algo:
-¡Ah! y bienvenido de nuevo, hermano.-

domingo, 23 de mayo de 2010

Ella

Mayo comenzaba ya a revelar su verdadera identidad. Las temperaturas subían hasta tal punto que en un abrir y cerrar de ojos pasamos de llevar abrigo y bufandas a pantalones y camisetas cortas.
El Sol golpeaba con fuerza en las calles de Madrid, orgulloso de estar solo en el cielo.
Esa tarde había demasiado ruido por las calles de Tribunal, quizás por los aficionados del Bayern y del Inter que se habían visto obligados a matar las horas previas al partido en los bares cercanos al Bernabéu y que entonaban sus cánticos futbolísticos a pleno pulmón.
Recuerdo muy bien el bullicio de la calle, ya que gracias a el, pude desviar la mirada de los ojos del televisor para mirarla a Ella.
Ella estaba sentada en un sillón azul, cruzada elegantemente de piernas, jugando con los hielos de su copa.
Ella no prestaba atención a nadie, solo se esforzaba en intentar escuchar una canción que sonaba por los altavoces de la repisa.
"No body said it was easy"... Nunca fuí oyente de Máxima FM pero era obvio que aquella cancíon significaba algo para Ella.
Llevo muchos años ya con Ella y la conozco perfectamente: Se todo sobre Ella, se cuando Ella está triste o contenta, se cuando sonrie y porqué sonrie y se cuando llora y porqué llora.
Que le voy a hacer, he vivido muchas cosas con Ella, desde recorrernos los pueblos pirenaicos hasta el día que me presentó a Moncho, la guerrera africana, pasando por la época en la que le hablaba a las cáscaras de fruta.
Asi que como no iba a detectar la más mínima pizca de melancolía en sus ojos si practiamente nos hemos criado juntos.
En nuestras antiguas fechorias andaba yo pensando cuando ví que se levantaba y dejaba el vaso de cristal en la mesa, dirigiendose a una de las terrazas del céntrico apartamento para asomarse y apreciar la belleza de aquel barrio madrileño.
El Sol curioso, acercó uno de sus rayos a su pelo castaño claro, intensificando el brillo de su cabello que bailaba grácilmente mecido por el viento primaveral.
Miraba al horizonte, perdida en sus recuerdos, soñando con sus sueños y abrazandolo a Él en su mente.
Me gustaría que supiera que aunque a veces se sienta sola, Ella nunca lo estará porque siempre puede contar conmigo, con su Sombra, y que me avise si puede deshacerse de ella, para cambiarme de oficio y manipular otra cosa.
Me hubiera acercado para decirle cualquier cosa, pero su móvil sonó y al descolgar y comenzar a hablar, recuperó la sonrisa y la vitalidad que siempre tanto me ha gustado ver en ella, asique decidí no molestarla y retrocedi hasta mi posición original.

miércoles, 5 de mayo de 2010

Nanas a ventana abierta

La casa estaba a oscuras y completamente vacía.
La mayoría de las puertas estaban cerradas.
Las fotos sonreían a las sombras.
Solo un silbido rompía el silencio.
Una extraña melodía acompañaba el susurrar del viento.
Las cortinas ondulaban, danzando a la par.
Un gato se dormía, mecido, entre los brazos de su amo.
El ronroneo cesó de repente y el rabito peludo dejó de balancearse.
-Nunca aguantas hasta el final de la canción eh...- levantó la mirada a la enorme Luna gris que se extendía por el cielo.
-....y bajo este mismo cielo dormiremos tú y yo....-

martes, 4 de mayo de 2010

Magia negra I

La señora Leannan era una viuda adinerada del Norte de Europa, que se había trasladado a España tras la repentina muerte de su marido en la década de los cincuenta. Había adquirido unos terrenos en la sierra madrileña, y había mandado construir la mansión en la que reside actualmente.
Era una señora mayor de gustos estrafalarios, que solo salía de casa para pasear por sus jardines acompañada de algún mozo que intentaba conseguir su ostentosa fortuna, sin éxito alguno, ya que todo lo que tenía de vieja lo tenía de tacaña.
Nunca la gustó recibir visitas de gente extraña y últimamente era molestada a menudo por sonrientes vendedores a domicilio.
Ella nunca abría la puerta, su mayordomo le hacía las veces de portero, pero por casualidades del destino, el bueno de Harol no estaba ese día, asi que tuvo, por primera vez en mucho tiempo, que levantarse de su sillón de terciopelo morado para abrir el gran portón de la entrada.
Hacia muchos años que no era amable con nadie, y ése maldito funcionario no iba a ser una excepción.
Después de maldecirle e insultarle por haberla echo perder su valioso tiempo, dió un portazo y sonrió para sí, al tiempo que escuchaba el golpe de dos huevos chocando contra la madera de la puerta principal.
Totalmente fuera de sí, abrió de nuevo dispuesta a cruzarle la cara, pero no había nadie.
Se encontró sola en su porche avanzando mientras crujian las maderas del suelo bajo sus tacones, deslizando su roído vestido de encaje.
El viento soplaba, arrastrando las hojas y despeinando el moño canoso y medio echo de la señora.
Había alguien detrás de la verja oxidada, un chico, de no más de diesiete años que observaba con desprecio al vendedor que corría calle abajo.
Ambos se percataron de la presencia del otro, y sus miradas se cruzaron.

-¿Está usted bien?- el chico fue el primero en hablar, su voz era dulce y mostraba un leve tono de preocupación.

-Si, aunque ése maldito bastardo me ha llenado la puerta de huevo.- explicó la sra.Leannan.- y mi mayordomo no viene hasta mañana asique me toca limpiarlo...

-¿Me deja hacerlo amí? He escuchado todo lo acontecido con el vendedor y me parece rupugnante el trato que se le ha dado a usted, una persona anciana

-Querrás decir vieja, es lo único que sabeis hacer los jóvenes, faltar el respeto.- concluyó la señora entrando en su casa.

-Si quisiera faltarla el respeto no le ofrecería mi ayuda, señora.- el chico muy educadamente seguía insistiendo, su mirada pareció convencer a la sra.Leannan, la cual cedió y le dejó entrar.

-Acompañame a la cocina, allí te daré lo necesario para que limpies este estropicio.

La cocina estaba bastante alejada de la entrada, había que pasar por el gran salón comedor, abrir un par de puertas y después de un largo pasillo llegarían a la amplia sala de los fogones.
Por el camino charlaron bastante, el chico comentaba y adulaba cada cosa que veía y la anciana disfrutaba contandole la historia de cada obejto, de cada cuadro.

-Ése era mi marido, un banquero holandés que se fué a América a ganar dinero, fue allí donde nos conocimos, nos enamoramos al instante, asi que nos casamos unos meses después, la boda fué en Irlanda, mi país natal, fue preciosa, yo llevaba este mismo vestido.- señaló el arapiento traje que llevaba puesto.

-¿Porqué morado?.-preguntó el chico con interés

-Porque me dió la gana, me gustaba y me lo puse.- se detubieron delante de un cuadro de tamaño considerable donde se veía a la feliz pareja, ella muchísimo más joven y guapa y él alto y distinguido.

-Por Lucifer chico ¿que llevas colgado?-gritó escandalizada

-Son rastas.-contestó él, agarrando con dos dedos el pelo sintético que estaba agarrado a un mechón de su nuca mediante un nudo.

-Y ¿Por qué te lo pusiste?-

-Porque me dió la gana, me gustaba y eso hice...-respondió con picardía.

-Ah, chico me gusta tu actitud.- La sra. Leannan estaba encantada con su invitado, muchos chicos lograban caerla bien, pero este tenía algo especial en la mirada, algo oscuro y penetrante que la volvía loca.

-Disculpe, no querría ser indiscreto, pero ¿me podría indicar donde está el servicio?

-Claro, si vuelves al salón y subes las escaleras, la segunda puerta a la derecha, o la cuarta a la izquiera, o la novena por el pasillo central superior, jajaja- se rió descaradamente y observó encantada como la sonrisa de su huésped se hacía más ancha.

-Pues si me disculpa ahora vuelvo...-

-Claro hijo, ¿Quieres algo de picar?

-Avellanas si no es mucho pedir- sonrió mientras ponía dirección al baño.

Madame Leannan estaba eufórica, relamente estaba encantada con ése muchacho. Fué casi corriendo a la cocina, donde preparó rápidamente un pequeño almuerzo compuesto de frutos secos y un vaso de agua.
Se paró en seco, miró hacia atrás y se hurgó en el escote, cogió la llave maestra de su casa en una mano para poder acceder a la botellita que habia debajo.
Virtió el líquido rosa y de aspecto dulzón en el agua y lo mezclo de forma que la mezcla quedase incolora, era un filtro de amor que ella misma preparaba y que tenía unos efectos bastante buenos.
Sonriendo, se dió la vuelta para dirigirse al salón, donde se encontraria con aquel misterioso galán, pero para cuando se quiso dar cuenta, estaba en el suelo.
Con un ruido sordo, el busto de su marido la había golpeado en la parte occipital del craneo, causandola la muerte instantanea.
La mujer se desplomó en el suelo, muerta, aún con la sonrisa en la boca.
Detrás del cadaver, de entre las sombras salió el chico, que con unos guantes de cuero sujetaba firmemente la cabeza de piedra del esposo.
Cuidadosamente, fué a depositarla en el sitio donde la había encontrado, en el piso de arriba, y después volvío a la cocina para coger del suelo la llave maestra que estaba aferrada entre los dedos inertes de la mujer.
Una vez con la llave, se dirigió a la biblioteca.
Podía haber saqueado todos los tesoros que la casa guardaba tras las puertas cerradas, pero él solo quería un libro, y por ése libro había echo todo aquello.
Fue muy sencillo averiguar la vida sobre la señora Leannan, y descubirir donde vivía, más sencillo aún fué cargarse al mayordomo y no tubo que esforzarse en absoluto para conseguir entrar en la casa y ganarse la confianza de la vieja bruja, porque eso era, una bruja, que se había casado con un millonario para ganar prestigio y que luego mediante pociones letales, le había asesinado. Durante generaciones, las mujeres de su familia habían guardado en secreto un antiquísimo libro de hechicería, escrito por las meigas irlandesas, en el que se guardaban los más oscuros secretos del espiritismo, de lo oculto y del rito a los dioses paganos.
Una vez frente a la biblioteca, introdujo la llave y la hizo girar, con un ruido sordo, la puerta cedió y tras una densa nube de polvo, surgieron decenas de estanterias.
Andó hasta el centro de la sala y buscó entre los numerosos libros de Historia y astrología hasta que encontró un titulo en caracteres celtas: ''ESOTERISMO''
Lo cogió era bastante grueso y estaba encuadernado en terciopelo morado oscuro.

-Morado...- se rió para sí mismo.

Buscó en su bolsillo un mechero que encendió y lanzó al interior de la sala, que ardió en llamas al instante.
Salió de la casa con el libro bajo el brazo mientras que marcaba un número en su teléfono móvil
Enseguida, una voz femenina le contestó

-¿Lo tienes?

-Claro Tori, lo tengo...-