lunes, 31 de marzo de 2014

Corte en las mangas.

Este fue uno de esos momentos en los que los problemas te sobrepasan. La vida se vuelve una nube gris y enorme que se cierne sobre los hombros de cualquiera con una autoestima endeble y quebradiza que no soporta el peso de la cruda realidad.
Aquella mañana fría, ese cualquiera, fui yo. 
El psicólogo le contó a mis padres que el hecho de que hubiese pasado en noviembre tenía mucho que ver con la llegada del frío y del mal tiempo, aunque también comentó algo sobre el cambio de signo del gobierno tras las elecciones del día anterior. 
Les escuchaba hablar desde la cama de la habitación, con la cabeza enterrada en la almohada y las mantas abrazando mi cuerpo. Quizá lo que más necesitaba por aquel entonces era un abrazo que sólo la ropa de cama sabía darme (si previamente me encargaba de arroparme bien).
Cuando tuvieron la posibilidad de hablar conmigo tras lo ocurrido me preguntaron el por qué. No supe decírselo, o no quise. Las vendas me apretaban y las heridas me escocían. 
Papá, como siempre, lo achacó a un intento de llamar la atención porque desde que nació el bebé estoy en un segundo plano. Gracias padre, si hubiera querido llamar tu atención habría corrido desnudo por el salón durante aquella final de Copa y no me hubiera abierto los brazos desde la muñeca hasta el codo. 
No señor, no buscaba vuestro caso, buscaba matarme y ni siquiera en eso queréis complacerme.
Mamá sin embargo si parecía diferente. Tenía los ojos rojos y caídos, las ojeras marcadas y el rostro demacrado. La boca torcida y la misma ropa del día del "incidente" con las mismas manchas de sangre en el pecho y en las mangas. 
Leí en un libro de biología que los hijos estamos preparados para enterrar a nuestros padres, pero que los padres no lo están para enterrar a sus hijos. Quizá mamá haya levantado la cabeza de la cuna del bebé porque su instinto de madre le avisó de que su primogénito varón se estaba desangrando sobre los azulejos del baño y quizá a partir de ese momento sintió como si ella estuviese muriendo por dentro también. 
Ahora mismo estamos volviendo a casa en coche. 
Aunque me hago el tonto, sé que de vez en cuando mamá me mira por el retrovisor con esa mirada que dice "¿Por qué me has hecho esto?" mientras que papá levanta la vista en cada semáforo para reprocharme que ni soy capaz de suicidarme en condiciones.
 En definitiva podría deciros que he aprendido la lección, que vivir es muy bonito y que quitarse la vida es la solución más cobarde, pero a día de hoy, sólo saco en claro que la próxima vez elegiré una forma de morir que no me deje un conjunto de cuarenta y dos puntos de sutura por brazo.