martes, 30 de noviembre de 2010

El reloj de arena de Hopkins

Las teclas de aquel viejo piano se hundían suavemente bajo la presión de sus dedos, que con una elegante lentitud se deslizaban por la tapa armónica, danzando melodiosamente al compás de la dulce música que producían.
Mis ojos seguían los movimientos hipnóticos del metrónomo, que incansable, te marcaba los tempos a seguir.
Las notas musicales flotaban en el ambiente, corcheas, blancas, negras, fusas y semifusas que bailando alrededor de mis oídos, aletargaban mis sentidos, mermando terriblemente mi capacidad de atención
Los párpados comenzaban a pesar demasiado y el pensar racionalmente se había convertido en una tarea tan complicada que resultaba más fácil y sencillo dejarse llevar por la melodía y echar a volar la imaginación.
Perdí la noción del tiempo, del espacio y de cualquier otra teoría física que se les ocurra a los científicos, ahora me sentía bien, a gusto y lo más importante, a tu lado, sintiendote tan cerca que podía oler tu aroma sin esfuerzo y ver la sonrisa que se había dibujado en tu cara al verme dormido en tu regazo.
Me encantaría ser capaz de despertar para pedirte que no te fueras, que no parases de tocar nunca, que quisiera pasarme la vida siendo el niño que abría la puerta de tu cuarto con cuidado para no molestarte y que dormía contigo en las noches de Reyes, pero me temo que una vez más el reloj me juega una mala pasada y sus manecillas pesan demasiado para poder hacerlas retroceder.
¿Qué está ocurriendo? Poco a poco recobro la lucidez, que sensación tan desagradable, he pasado de estar buceando en el Mar de los Recuerdos, a tener la mejilla incrustada en el cuero de la banqueta del piano.
Me incorporo, todo se ha vuelto oscuro, los años han pasado, hemos crecido, has seguido tu camino y ahora me encuentro solo, ocupando lo que en su día fue tuyo y observando cómo has abierto tus alas y te dispones a echar a volar. Te envidio, te envidio y te quiero, te quiero mucho, más de lo que te imaginas y más de lo que estoy acostumbrado a mostrar.
Desgraciadamente la vida a vuelto a darnos la espalda y nos plantea un problema con el que no estabamos demasiado familiarizados, pero que superarás, superaremos, juntos, unidos, todos, liderados por ese valor y esa esperanza que nos infundes.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Al retrasar una hora el reloj...

Todo se vuelve muy pesado, el tiempo transcurre lento y eterno, el cielo se torna gris, nuboso, inerte, observando desde lo más alto la mediocridad del ser humano.
Las calles se hacen largas y austeras, interminables filas de baldosines húmedos y fríos pisoteados por personas inmersas en pensamientos estúpidos y carentes de realismo.
Los árboles, enfermos, se resignan a ver caer sus espléndidas hojas de color dorado, aguardando silenciosamente aletargarse, bajo la gélida nana invernal.
Los buenos sentimientos se resguardecen en corazones cálidos y confortables, donde es agradable conversar alrededor del fuego de la amistad y la familia.
El viento atraviesa la ciudad, azotando ramas y chocando contra muros de ladrillo, elevándose gracilmente y jugando con el humo , que negro y tóxico emerge de las chimeneas, contaminando el oxigeno que respiro.
Caminando solo, con las manos en los bolsillos y la cabeza gacha, dirigiendome a un lugar no determinado, me siento pequeño, muy pequeño, casi minúsculo, en la víspera de Todos los Santos.