Pongamos que esta
historia trata sobre una ciudad que duerme bajo un denso manto de nubes.
Digamos que ese grisáceo cielo tormentoso lleva días ocultando el Sol y que
justo esta noche está descargando millones y millones de gotas de agua en forma
de lo que llamamos lluvia.
Atrevámonos a decir que
bajo el tejado de alguna casa de alguna
ciudad elegida a dedo dormita un niño de doce años con una pierna por fuera de
una manta de superhéroes. Con el pelo enmarañado, la boca abierta y marcas de almohada
en la mejilla. Parecería que se ha dormido mecido por la nana que provoca el
repiqueteo del agua en su ventana, pero hay quien estipula que se ha rendido
ante el mero aburrimiento de andar contando ovejas.
Es un chaval normal y
corriente. No esconde un gran secreto ni un tremendo potencial que salvará a su
generación de un gobierno tirano post apocalíptico. Es un chico que madruga
para ver su serie favorita mientras desayuna sus cereales de colores y que
rehúsa de hacer los deberes y de bañarse los domingos. No es que tenga muchos
amigos en el colegio, pero tampoco es un marginado. No ha demostrado aún
interés ni por el sexo opuesto ni por el suyo propio, aunque siente un calor
extraño cada vez que la chica de la tercera fila le guiña un ojo en
matemáticas. Tiene dos sueños en su vida, ser estrella de rock y escribir una
novela de aventuras como las que le leía su abuelo de pequeño.
Intuyamos que nuestro
chico se arrebuja entre las sábanas buscando la idónea posición y que está
soñando con que su padre vuelve de la guerra y van juntos a tomar helado. Mamá
parece triste los días de lluvia y es posible que él crea que existe una
relación entre las lágrimas de su madre y los chubascos del cielo. Este
pensamiento le rondará la cabeza hasta bien entrados los dieciséis años, tras
ver a su madre llorar mientras escucha una canción romántica un soleado
sábado de julio.
Imaginemos que la
lluvia amaina y que el niño duerme en un ambiente de absoluta y silenciosa
calma. Hasta el reloj a pilas de la estantería ha detenido su tedioso tic tac
porque se ha quedado sin pilas e incluso yo, el narrador de esta breve
historia, comienzo a declinar su labor descriptiva pensando ya en el
maravilloso momento de coger la cama.
Así que como si de un
profesional del hipnotismo se tratase, os invito a levantar vuestros pesados
párpados y a ponerlos rumbo al paraíso de los sueños, donde vuestro cuerpo
queda al amparo del edredón y vuestra cabeza sólo se preocupa de buscar la
parte fría de la almohada. Buenas noches a los que me estéis leyendo, y buena
suerte al niño que duerme en su cama, sin saber que su profesor de Lengua le
depara mañana un cruel examen sorpresa.