lunes, 9 de abril de 2012

Justicia para todos

Todo está oscuro. No puedo diferenciar cuando amanece o anochece, vivo entre tinieblas. Ya no distingo ni el tiempo ni el espacio, sólo se que la pared está fría y que mi cuerpo tiembla tras los jirones de ropa que me quedan. Estoy preso por ley, me siento solo por dentro. No veo el sol, no veo la luna, ni siquiera escucho la lluvia ni el olor a primavera. La única brisa que percibo es la que provoca el aleteo de los murciélagos, que duermen sobre mi cabeza y aturden mis sentidos con sus chillidos. Los grilletes me hacen daño y la sangre se coagula en mis muñecas. Las heridas no se curan, no cicatrizan, ni las físicas ni las del alma. He sido vejado, humillado, reducido a polvo. He sido tratado como el peor de los villanos, se han olvidado de mi condición de ser humano y no reparan en el hecho de que respiro y padezco como ellos. Que Dios me perdone, pero deseo morir. La muerte es la única respuesta tras la pérdida de humanidad de mis carceleros. El mundo ha perdido su color, mis ganas de vivir han sucumbido tras las llamas de la crueldad y los mordiscos de las ratas. Ya no me queda esperanza sólo desesperación. La comida no sabe a nada, arena insípida con trozos de muerto. Nadie me habla, nadie se ríe, nada se escucha, sólo vacío y oscuridad. Oscuridad y pena, la pena de mi llanto que rebota contra las rocas y me es devuelto como el lamento de un fantasma, algo incorpóreo que arrastra sus cadenas para escuchar algo más que su propia soledad.
Si la pena por amar es esta, el mundo está podrido.

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