martes, 14 de agosto de 2012

La arquitectura del periodismo

Aquella mañana de cuarenta y dos de marzo, la ciudad de Madrid amanecía bajo un maravilloso cielo verde pastel. Un frente frío entraba por el Oeste en forma de nubarrones rosados que indicaban que dentro de unos pocos días jarrearía agua de una manera sin igual.
Los pocos ciudadanos que podían permitírselo se dirigían a sus trabajos caminando alegremente mientras observaban a los demás desplazarse por el cielo con una gracia sólo comparable a la capacidad de evasión de miradas soberbias provenientes de cuerpos pegados al suelo.
La crisis no dejaba títere con cabeza, y así como la panadería de don Jacinto y la ferretería de Paquita pasaban su mejor racha, el Banco Regional “Caja de gastos” se había visto obligado a prescindir del 90% de todos sus altos cargos para poder mantener las obras sociales en las que participaba.
“Son tiempos difíciles” argumentaba doña Inés Gómez, asistente de limpieza de la institución bancaria, en el comunicado de prensa mientras peinaba su melena cobriza con un cepillo de oro puro.
Al otro lado de la ciudad una pareja de homosexuales católicos descubría como su hijo había pasado la noche con una vecina, haciendo oídos sordos a las terribles cosas que sus padres y su religión le habían contado acerca de la heterosexualidad.
El chaval había sido encontrado abrazado a su amante en un pequeño sótano de la residencia de la familia por el servicio de la casa, un norteamericano que no habla bien el idioma y su gato llamado Spyke.
Justo en esa misma calle, en un bloque de pisos construidos a principios de la década, con el boom del ladrillo, un chico de diecinueve años recién cumplidos disfrutaba de un flan de huevo sobre la mesa redonda de la cocina.
-Ha pasado mucho tiempo- dijo una voz femenina a sus espaldas.
-Eso parece- contestó el chico sin desatender a su postre
-¿Por qué sigo estando aquí?-
-No lo sé. No lo hago aposta créeme. ¿Quieres un poco de flan?- ofreció un asiento a su lado y un tenedor
-Si, gracias.- ella se sentó y agarró el cubierto con la mano derecha. - ¿Por qué yo con un tenedor?
El chico hundió su cuchara en la base azul claro del flan y contestó:
-Por que creo que es lo mejor.-
Ella bufó y le echó una charla de ciento treinta y dos mil segundos sobre lo que él considerase correcto, sobre lo imbecil que le parecia y sobre lo merecido que lo tenía todo.
"Han sido los ciento treinta y dos mil segundos de desahogo más placenteros de los últimos seis meses" pensaba ella mientras jadeaba para recuperar aire.
Él se limitó a sonreir.
-¿Sabes? En el fondo me alegro mucho de que, al menos, estés aquí, y eso es algo que a mi Yo consciente le va a costar entender.-
-Eres gilipollas.-
-¿Quieres algo de beber?-
-Si, por favor.-

Quizá en una ciudad real, con una ola de calor real, un chico real se despierte empapado en sudor y preguntándose que cojones va mal en su cabeza para soñar cosas así.

1 comentario:

  1. Desde una ciudad real... Eleuteria Niemand se quita el sombrero ante tu narrado sueño.

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