martes, 23 de octubre de 2012

Ni que hubiese llegado el otoño...

 La niebla se despierta antes que la ciudad mientras a lo largo del día las nubes deciden quedarse en el cielo observando la vida cotidiana de las personas. Las calefacciones comienzan a encenderse para que las duchas mañaneras no sean tan desagradables y templen los espíritus decaídos.
Todos los días miro a través del cristal de mi ventana el despertar de la ciudad. Ahora que madrugo recuerdo sensaciones pasadas que la verdad echaba de menos, como despertarse mucho antes de la hora y volverse a dormir, o reflejarse en el espejo antes de salir de casa y  mirar desafiante al día que comienza.
Envidiar al gato porque se queda durmiendo calentito en tu pijama. Elegir la canción apropiada para el trayecto hasta la universidad y caminar de noche por un barrio aún somnoliento. Caer en la rutina de despertarse, ducharse, vestirse y desayunar, para llegar a casa comer y echarse la siesta.
Al principio cuesta someter al tiempo, pero cuando lo consigues va pasando deprisa. Para cuando quieres darte cuenta ya se le han acabado las hojas al calendario y mientras suspiras buscando una bufanda y un paraguas que te salve de la lluvia, reflexionas, muy a tu pesar, de la causa de ese agujero negro que se hunde en tu interior.
Supongamos que te sientes igual, que la rutina y el frío han hecho mella en tu corazón, y que quisieras compartir paraguas conmigo, para no sentirnos tan solos...



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