martes, 18 de junio de 2013

El pequeño Poe

He tardado mucho en dedicarte algo, pero ahora que te veo dormitando entre los cojines de mi cama casi me veo hasta en la obligación. 
Hará unas dos semanas que estás conmigo y quizá me precipite al decirte que me enamoraste desde que te vi por aquella foto de Internet. Salías con uno de tus hermanos, tan negro y tan pequeño, jugando alrededor de una maceta, y casi fue al instante cuando le dije a mi familia: ése es el gato.
Encuentro la palabra sustituto demasiado fría e inhumana, demasiado carente de emociones, pero sí es verdad que tienes que ocupar un puesto muy importante dentro de mi vida, un puesto que ya estaba cubierto por otro. 
Tu predecesor me complementaba. Nunca había sentido tanta afinidad con un ser vivo. Él estaba para mi y yo estaba para él, pero nada es eterno y me lo arrancaron demasiado pronto. Sobre tu pequeño lomo recae ahora la inmensa responsabilidad de ocupar ese vacío tan grande que su marcha me dejó, ése vacío que nadie de mi familia entendía que necesitaba llenar, ése vacío que poco a poco se va reduciendo tras tus andares de cachorro.
Ahora cada vez que me despierto y te veo junto a mi, sonrío. Cuando llego a casa y apareces doblando la esquina escurriéndote por el suelo para saludarme, sonrío. Cuando estás dormido en cualquier parte y te acaricio y ronroneas, sonrío, pero sobre todo cuando más me haces sonreír es cuando el reflejo de aquel gato negro que una vez tuve, aparece en tus ojos diciéndome: ahora será él quien vele por ti.

No hay comentarios:

Publicar un comentario