domingo, 9 de enero de 2011

"Sonríele a la Muerte"

Una tarde invernal cualquiera, solo en casa, absorto en la laboriosa tarea de crear regalos de Navidad, pequeños detalles de esos que a él le encantaba regalar, de esos que no se olvidaban nunca, de esos imposibles de rechazar.
El tiempo era horrible, mucho viento y cielos oscuros encapotados por nubes enchidas de malos sentimientos carentes de buenas intenciones que esperaban pacientemente el momento preciso para precipitar su carga de agua helada sobre las ya mojadas calles de la ciudad.
Incluso ante tan apocalíptico ambiente, las risas de los niños conseguían penetrarle en las sienes, martilleando sus pensamientos. Se levantó lentamente y fue cerrando las ventanas una tras otra mientras observaba con recelo y desde lo alto, a los críos que saltando sobre los charcos, jugaban a perseguirse sin descanso.
Una vez extinguido el desagradable sonido de la felicidad ajena, se dispuso a acabar lo que llevaba todo el día fabricando, pequeños muñequitos de tela rellenos de algodón, con botones por ojos e hilos por articulaciones, que reposaban en fila apoyados en el lomo de un libro forrado en cuero negro.
Comenzó a llover, las gotas de agua chocaban contra el tejado produciendo un hipnotizante sonido bastante estruendoso como para tratarse de lluvia.
Apartando la cortina de encaje con la mano, echó una mirada hacia el cielo infinito, de un imponente gris oscuro perdiendose en su inmensidad intentando buscar un atisbo de luz entre tanta oscuridad.
Volvió a la realidad y continuó cosiendole los últimos detalles a la pequeña criaturita que tenía entre los dedos, impaciente para reunirse con el resto, una vez acabada la sentó junto a los demás y contempló su obra.
Después cogió uno al azar, le ató un mechón de pelo y lo dejó en el centro de la estrella de cinco puntas que había dibujado sobre aquel trozo de madera que había comprado aquella mañana de diciembre.
Volvió a levantarse y se dirigió al armario del pasillo arrastrando los pies, abrió un cajón y sacó un pequeño costurero, el cual dejó sobre la mesa.
Rebuscó en su interior y sacó un alfiler plateado y brillante el cual hundió en un brazo al muñeco.
Un siniestro placer le invadió por dentro cuando vió como se retorcía de dolor.
Continuó clavándole agujas en las demás extremidades y en el cuerpo hasta que por último le atravesó la cabeza, entre los ojos.
Satisfecho, lo apartó de un manotazo y cogió de nuevo a la que sería su próxima víctima, pero esta vez, pensó que podría ser mucho más original. Repitió la operación del mechón de cabello y encendió una cerilla con un rápido movimiento de muñeca.
En pocos instantes aquel ser quedó consumido por las llamas, reduciendo su cuerpecillo de tela a poco más que cenizas.
Sonriendo para sí , creyó que aún podría ser más malévolo y que no era justo que se divirtiera el solo, entonces agarró a otro muñeco, le ató el trozo de melena y con ayuda de un pincel le dibujó una sonrisa mientras pensaba " Sonríele a la Muerte". Acto seguido, levantó al muñeco y lo agitó en el aire varias veces, hasta que se percató de que había atraido la atención de un par de ojos amarillos que fingían dormir en el sofá.
Una vez cerciorado de que el muñecajo era el centro de atención, lo lanzó por los aires y antes de que tocase el suelo, ya estaba entre las fauces de aquel gato negro que se estaba deleitando con el pequeño hombrecillo, al cual había convertido en un montón de algodón y tela desgarrada.
Oh... ya sólo queda uno... Cuánto se tardaba en hacerlos y que mísero era el tiempo de su existencia... Enfin, una pena.
Una vez acabado el protocolo para otorgarle la personalidad deseada al ser inerte, lo agarró con las dos manos y fue con estas con las que, con un fuerte movimiento, desmembró por la mitad, dividiéndolo en dos partes que cayeron al suelo indiferentemente.
Se desperezó a la vez que bostezaba, esperaba que les hubiera gustado su regalo, acababa de salir directamente de su corazón.
Recogió la mesa y se dispuso a guardar el costurero en el armario donde lo había encontrado, pero por el camino se encontró con un espejo, que le devolvió la mirada desafiante.
-Has acabado con todos ¿Ya estás contento?- le dijo su reflejo y este le contestó con un puñetazo que le hizo añicos.
-Indudablemente...-respondió mientras se lamía la sangre de los nudillos

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